La crisis también es emocional
Desde mi cueva de desánimo y desesperación intento
comunicarme con el universo, con el cosmos, con Dios, con quien sea que me dé
razones para continuar aguantando la pena y la zozobra que causa vivir en
Venezuela.
Me quedo sin opciones, sin alternativas a la crisis
emocional. Se olvidan de hacer titulares sobre los estragos que ha causado la revolución
en el sentir de los mortales. Nosotros lo débiles, los sensibles a los cambios,
los obsesionados con la vida rutinaria o más bien, a los acompañantes de
rutina, hemos visto cómo se derrumba nuestra trama. Cuando nos preguntan cómo
nos ha afectado la crisis, esperan respuestas sobre los cambios relativos a la economía,
al trabajo, a la huida del país, pero nadie pretende averiguar cómo nos ha
cambiado emocionalmente esta catástrofe.
He visto cómo los individuos han cambiado para mal, observo
como milagrosamente otros han cambiado para bien. Aunque ese cambio sólo lo he
visto en quienes apoyaban el proceso y hoy se arrepienten. De todas maneras, yo
no creo en revolucionarios arrepentidos. Es como un asesino que luego de
cometer mil tragedias decide cambiar de parecer porque se dio cuenta que sus
motivos estaban errados. Como los nazis, que luego se dieron cuenta que estaba
mal lo que hacían, pero sólo cuando se vieron acabados en la guerra, no antes. La
clarividencia no les llego en los momentos de triunfo y de disfrute, sino
cuando se les acabaron las razones para seguir vistiendo, hablando y pensando
como sus líderes, cuando se les acabó el pan, la alegría y la comodidad de
vivir como los supremos. Los nazis, no los revolucionarios. Cualquier parecido,
son inventos míos. O de la historia.
Y aunque nadie me lo ha preguntado, compartiré con quien se
toma la molestia de continuar leyendo estas líneas, el cambio que ha causado en
mí esta época de involución social.
Cuando estaba en bachillerato soñaba con ser un pulpo
trabajador, hacer mil cosas a la vez. Anhelaba trabajar veinte horas y dormir
cuatro, sólo para darme todas las comodidades que se me antojasen y evitar
pensar en trivialidades correspondientes a la naturaleza humana, lo que para mí
siempre será el enemigo del progreso y la evolución de los hombres. En la
universidad dormía poco, comía poco, estudiaba más de la cuenta para mantener
buenas calificaciones mientras estudiaba dos carreras a la vez. No salía, no
debía, no rumbeaba; pocos amigos, cero travesuras. Mi única fantasía era quemar
mis pestañas lo suficiente como para que el trampolín en el que saltara me
llevara directo al éxito, a la capital del país, al mundo de lo fascinante.
Poco a poco mis energías descendían, pero mis ganas siempre
fueron las mismas. Me animaba pensando que dormir 4 horas sin recibir ninguna
paga por los momentos, traería sus beneficios; que dedicar mi vida a los
estudios, como hasta ese momento lo había hecho desde que tenía uso de razón,
me haría invencible ante los retos del futuro. Pero qué iba a saber yo que el
futuro no traería retos, ni desafíos, sino unas ganas terribles de renunciar a
la vida y a todo lo que había creído en mi niñez, en mi adolescencia y en mis
primeros años de adultez.
Hoy, a los 22 años, no tengo motivos para seguir soñando. En
un país donde trabajar no tiene sentido, donde el sueldo no alcanza ni para los
pasajes, donde comer es un lujo, llegar vivo a casa después de la jornada
laboral es una bendición y morirse es la deuda más grande que hereda una
familia, es inútil pretender que queremos seguir.
Todos se van, quien se queda es porque no ha podido reunir
el dinero para huir. La gente me da una lista de mil razones por las cuales no
debo renunciar a una vida junto a familia, donde pese a las circunstancias,
hemos conseguido alternativas para mantener llena la despensa. Pero el universo
no se molesta en darme ni un motivo para continuar.
La revolución me ha vuelto fría, desconfiada, me ha dado la
malicia que no tenía para pensar que todo el que hace contacto visual conmigo
en la calle es porque viene a arrebatarme lo que llevo encima. Me ha dejado sin
sueños, sin fe, sin razones para pensar que hay luz al final del túnel. Me ha
quitado a mis amigos, familiares, hasta mis canales de televisión favoritos. Y ni
hablar de las ganas de matarme un antojo. Rabia, odio, frustración, impotencia.
Si hacen un escaneo de mis emociones, sólo esas van a encontrar. Sólo siento
felicidad cuando estoy con mis hermanos, cuando mis papás aplauden los pocos
logros que acumulo en mi corta carrera de periodista.
Me asquea escuchar a la gente hablar del tiempo de Dios. No es
que me disguste hablar de él, sólo me harta que quieran justificar las tragedias
causadas por el hombre en los planes que Dios tiene para nosotros. Aunque no
comulgue con las religiones, creo que él debe sentirse decepcionado de su creación,
de cómo la avaricia y la soberbia se apoderaron de una nación que pasaba
desapercibida en cuanto a sus miserias. Aunque eran pocas, existían también.
En fin, la revolución me ha hecho involucionar mis
emociones. Cada día me siento más animal, volviendo a nuestros orígenes. Cada vez
soy menos sociable, menos conversadora. Sólo hablo por hablar, del trabajo, de
lo que hago en mis reportajes. Lo menos posible, tampoco me gusta mucho tocar
el tema a estas alturas. Ya no siento ni emoción de decir que voy avanzando en
mi profesión en tan poco tiempo. No tengo ni un año de graduada y ya acumulo líneas
en mi currículo que aunque sean pocas, pesan. Sin ánimos de ser pretenciosa. Sin
embargo eso, ya no me causa felicidad.
Me siento condenada al hartazgo por la vida en mi país. Me siento
de ningún lugar, vacía, sin rumbo. Sin razones para continuar. Ojalá que si
esto llegase a terminar, inventen una fórmula para recuperar la humanidad
dentro de quienes no fuimos suficientemente fuertes como para superar la crisis emocional.
La revolución me ha hecho menos persona, más robot. Me ha hecho
evolucionar de humano a máquina. De eso se trata, ¿no? De avanzar. Para bien o
para mal. En este cuento, para lo más bajo que se pueda llegar.
Muy real y triste pero muy bueno
ResponderBorrarLamentablemente todo el esfuerzo que hicimos durante nuestra carrera en la URBE, se fue por el retrete. Estimada colega ahora solo queda ser maquinas, como tu lo dijiste, afortunadamente algunos (yo) ya lo eramos en la universidad, me entristece que la personalidad de alguien proactivo y noble como tu este muriendo, y te tomo la palabra, involucionando emocionalmente, para poder abrirse paso y sobrevivir a este tanque de tiburones llamado Venezuela, sin embargo, y a pesar de este triste panorama, tu futuro es brillante, lo se porque en el poco tiempo que convivimos en la universidad entendí, que yo no era el único que dejo amistades y su vida social para ser el mejor.
ResponderBorrarSaludos y éxitos de un ser de pensamiento libre.