27 de junio, día del periodista


“Mirando hacia la cámara me dice su nombre y su apellido”. Así comenzaba todas mis mañanas desde finales del año 2016, cuando todavía quedaban ganas de soñar y triunfar en esta tierra de la desesperanza.

Mi manía de llegar a tiempo a todos lados desapareció cuando conocí las protestas. Las pautas que no tenían hora, ni eran previamente convocadas. Mis favoritas. Aunque también cuando conocí las pautas políticas. El populismo no es popular por ser puntual.

Escuchar las calamidades de los ciudadanos se convirtió en mi pasatiempo favorito. Por suerte, también en mi trabajo. Dicen que el secreto no está en hacer lo que se ama, sino amar lo que se hace. ¡Qué dichosa fui! Pude comprobar ambas. Hice lo que amaba, amé lo que hacía.

Fue un año y tres meses lleno de aventuras, de trajines, de mucho estrés, pero todo valía la pena cuando regresaba a mi casa con una sonrisa dibujada en el rostro. Creo que en varias ocasiones la persona que venía a mi lado en el bus de regreso me miraba pensando que estaba loca. No los culpo, me disculpo por parecer insana.

“¿Desde hace cuánto son afectados por esta situación?” Me parecía maquiavélico disfrutar de la desgracia ajena y hacer preguntas con la intención de buscar que explotaran. El drama siempre vende. Qué injusto era ligar que una gente protestara para tener suficientes notas. Como mis colegas que trabajan en sucesos, porque más de uno ha deseado que haya muertos para tener qué escribir. Es hora de la sinceridad.

Así funciona este oficio, trabajamos con el dolor y las penurias ajenas. Pero qué se le va a hacer, el mal es el motor de más de la mitad de las profesiones. Pregúntenles a los políticos qué ligan ellos. Exacto, el deseo del bien común está lejos de hacerse presente en nuestros corazones.

Pero no todo somos tan malévolos. Más de uno lloró una muerte, una marcha en honor a los caídos, por el hambre que padecen quienes viven en los barrios más remotos, por la soledad de los viejitos internados en épocas decembrinas. Todos recogimos los pedazos de nuestros corazones con el clamor de los pacientes renales.

“¿Y qué dicen las autoridades?” El periodismo televisivo trabaja con reacciones en un minuto y medio. Esta era mi pregunta favorita, donde me preparaba para escuchar los insultos, sapos y culebras que soltarían los habitantes de una comunidad en contra de los gobiernos locales, regionales y el nacional. “Sólo nos buscan en tiempos de elecciones”, al menos estaban claros. La decepción venía cuando en efecto los buscaban y ellos votaban a su favor.

El periodismo, como todo, es un sube y baja. Un día cinco protestas y dos ruedas de prensa, otro día inventando “trabajitos” para llenar la pantalla. Cuando se vive en un país donde todo está prohibido para los medios, se necesita más creatividad que ganas de trabajar.

Es una montaña rusa de emociones, un día me sentía feliz, otros decepcionada. Veía cómo los vicios manchaban nombres que admiraba, cómo el dinero podía más que la ética. Pero siempre estuve orgullosa de haber escogido la profesión de los que están condenados a morir por lo correcto. Una manzana podrida no define la calidad del cesto.

Y pensar que estuve a punto de ser cualquier otra cosa menos esto, porque “no se hace fortuna con ese oficio”, eso era lo que más escuchaba. Al menos de mis padres. Hoy me lanzan una mirada llena de orgullo, porque impuse mis deseos por encima de los suyos. Ahora saben que con esa misma determinación, defenderé a toda costa mi carrera.

Aunque hoy mis sueños están en pausa, sigo preparándome para ser mejor todos los días. Nunca nadie sabe lo suficiente, yo no sé ni la mitad, pero algún día llegaré a la cima. Y si no, al menos lo intenté. Pero sé que eso no me bastará.

Periodismo es resignarse a estar condenado al estrés, la persecución, un mal salario y poco tiempo para sí mismo, y aun así, disfrutarlo.

Feliz día colegas.

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